Cinco días frenéticos para constatar una vez más la desconfianza entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en un debate parlamentario de máxima tensión. Los últimos años han estado repletos de tiras y aflojas entre los dos líderes de estas formaciones que se miran de reojo porque, al final, compiten en un mismo espectro ideológico. La negociación para la segunda investidura fallida del socialista ha hecho volar los puentes entre PSOE y Unidas Podemos, que ven complicado un entendimiento en los dos meses que quedan para evitar una repetición electoral. En público, las dos partes sostienen que hay que evitar una vuelta a las urnas.
Tras una negociación frustrada y retransmitida en directo, con filtraciones cruzadas, buscar un acuerdo para septiembre se antoja difícil. Dentro del PSOE hay dirigentes que apuestan por no intentarlo más –y que ven incluso beneficios a unas nuevas elecciones– mientras que otros creen que es necesario aplacar los ánimos para evitar un suicidio de la izquierda. El núcleo duro de Sánchez ya ha dejado claro que el posible acuerdo ya no será en forma de coalición.
En Moncloa aún no descartan que PP y Ciudadanos acaben absteniéndose para favorecer la gobernabilidad ante la imposibilidad de armar una alternativa y la cercanía de la sentencia del procés, y en esa línea han comenzado a presionar. Tras el fiasco de la investidura, Sánchez emplazó a los otros tres grandes partidos por igual: "El PSOE, el PP, Ciudadanos y Unidas Podemos tenemos que reflexionar sobre lo acontecido y desbloquear esta situación". Todas las posibilidades abiertas y prácticamente igual de complejas de alcanzar.
La última negociación ha dejado la relación entre Sánchez e Iglesias casi herida de muerte. Tras la victoria del socialista en las primarias, ambas formaciones defendieron que necesitaban cooperar para sacar la cabeza frente a un Ejecutivo conservador que contaba con el apoyo de Ciudadanos. Lejos quedó entonces, como ha ocurrido en los últimos meses, las acusaciones de "populismo" que Sánchez vertía continuamente contra Podemos, con quien aseguraba que nunca pactaría. La formación acababa de nacer y era una amenaza para el PSOE, según las encuestas que surgieron tras las europeas de 2014 en las que Iglesias irrumpió con más de 1,2 millones de votos.
Aun así, el secretario general que ganó a Susana Díaz con el discurso del "no es no" y enfrentándose a los poderes fácticos preocupaba, no obstante, a Unidas Podemos porque podía hacerse con parte de su electorado mientras que Sánchez sufría el desgaste de no estar en el Congreso, dejando el espacio de la oposición a Iglesias. Siempre se han mirado de reojo y esa cooperación está más complicada que nunca.
La falta de feeling entre ambos dirigentes es una realidad ya difícil de ocultar. "Nos separan mucho las formas también con Unidas Podemos", dijo Carmen Calvo. En la cúpula socialista acusan al grupo confederal de haber "filtrado" reuniones o conversaciones. También ha sentado mal que se señale al jefe de gabinete de Sánchez, Iván Redondo, como diseñador de una estrategia que, a su juicio, buscaba la repetición electoral. Y el colmo fueron las dos últimas ofertas que hicieron los de Iglesias: una apenas dos horas antes de que comenzara el debate final de la investidura y la otra en el propio Pleno atribuyéndosela a un "destacado" miembro del PSOE.
Pero esa desconfianza personal y en las formas no son los únicos problemas. En el PSOE preocupan algunos posicionamientos de Unidas Podemos en "asuntos de Estado", como Catalunya o política exterior, y también en materia económica –aunque en este caso se podrían soslayar en el órgano colegiado que es el Consejo de Ministros–. Sánchez siempre recuerda que Unidas Podemos recurrió ante el Tribunal Constitucional el 155 que aplicó Rajoy con su apoyo incondicional.
La presión de IU, esperanza del PSOE
La "lealtad" que le prometió Iglesias a Sánchez le resultó insuficiente porque el líder socialista considera que su homólogo de Podemos no controla ni su partido ni las confluencias que constituyen el grupo confederal. El último ejemplo que pone el PSOE es la ruptura de la disciplina de voto por parte de Marta Sibina (En Comú) y Alexandra Fernández (En Marea) en los Presupuestos Generales del Estado.
En la cúpula socialista creen, en ese sentido, que las desavenencias internas del grupo confederal les dan cierto margen de cara a intentarlo de nuevo. Los socialistas miran a los comuns –que han hablado de una necesaria "autocrítica" a todas las partes– y, singularmente a IU, que ha emplazado a su aliado electoral, Podemos, a que inicie una negociación para un acuerdo programático con el PSOE. Un motivo para la esperanza de los socialistas, aunque hay dirigentes, por el contrario, que no creen que Iglesias vaya a moverse de su posición
Alberto Garzón desbloqueó la negociación el miércoles en una conversación con la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en la que el PSOE acabó cediendo una de sus banderas: Igualdad. Después de eso, Podemos filtró una conversación entre Sánchez e Iglesias asegurando que el socialista se negaba a entregarle algunas áreas, entre ellas Igualdad.
En el PSOE esperan que la presión de Garzón y las confluencias puedan llegar a torcer el brazo a Iglesias; pero la estrategia de división entre Iglesias y sus aliados fue utilizada sin éxito en 2016, cuando el PSOE intentó negociar por separado con las alianzas de Podemos (IU, Compromís, las mareas...). El resultado fueron unas nuevas elecciones después de que Unidas Podemos votara en contra del acuerdo de Sánchez y Albert Rivera (meses más tarde el socialista se arrepintió de haber cerrado antes con Ciudadanos que con Iglesias).
Adiós al espíritu de la moción de censura
En aquel caso y en este, los de Iglesias están convencidos de que Sánchez no tenía verdadera intención de llegar a un acuerdo con ellos."Jordi Sevilla se levantaba de nuestra mesa para ir a negociar con Ciudadanos",expresó entonces la diputada de En Marea Yolanda Díaz. El sentimiento de los de Iglesias ahora es similar: consideran que el PSOE no ha tenido una voluntad verdadera de llegar a un acuerdo. Sostienen que ha buscado "excusas" en los más de dos meses que los equipos negociadores tardaron en sentarse a la mesa. "No voy a ser la excusa para que el PSOE evite ese gobierno de coalición", dijo Iglesias al anunciar su renuncia a formar parte del Consejo de Ministros que Sánchez había dicho que era el "principal escollo" para el acuerdo.
En Unidas Podemos consideran que los socialistas no esperaban ese paso "generoso" de Iglesias mientras que el PSOE acusa al líder del grupo confederal de haber puesto todas las trabas posibles al entendimiento. De nuevo el cruce de acusaciones y la batalla por el relato, un concepto que nació en esa primera investidura fallida de 2016. "El señor Iglesias tendrá que meditarlo, tendrá que hacer una reflexión –dijo Calvo–. Tiene ese récord lamentable para la izquierda española que es el de haber sido el protagonista del rechazo por dos veces a un presidente socialista". En Unidas Podemos consideran que el PSOE peca de prepotencia y le recuerdan que no tiene mayoría absoluta.
Sin embargo, los socialistas creen que su posición predominante les avala frente a una formación que, según sostienen, pretendía matar al PSOE con el ansiado sorpasso que nunca llegó, aunque en los comicios de 2015 y 2016 estuvo cerca de producirse. Ahora la ventaja del PSOE es muy amplia y la saca a relucir siempre que puede mientras que Iglesias cree que Sánchez no puede hacer de menos a sus 42 diputados, que son imprescindibles en todo caso.
Atrás quedó el beso y el abrazo que Sánchez e Iglesias se dieron al acabar la votación de la moción de censura a Mariano Rajoy que colocó al socialista en Moncloa. En esos meses, la relación entre ambos dirigentes –que han protagonizado esta semana uno de los debates parlamentarios más duros incluso mientras pretendían llegar a un acuerdo– mejoró sustancialmente. "Hemos tenido tiempo de conocernos y de ajustar nuestra sintonía", reconoció Sánchez en su libro Manual de Resistencia.
Sin embargo ahora, trece meses después, han llegado a reprocharse incluso quién peleó más por echar a Rajoy del poder. Con ese panorama, tienen dos meses para intentar lograr un nuevo acuerdo que haga a Sánchez permanecer en Moncloa o que el socialista recabe la abstención de PP y Ciudadanos –una forma de permanecer en el Gobierno que le complicaría el día a día con el que ha sido su socio preferente y a quien el PSOE considera la "fuerza afín". La otra opción es ir a unas elecciones el 10 de noviembre –las cuartas en poco más de cuatros años– y explicar ante el electorado de izquierdas su incapacidad para llegar a un entendimiento.
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